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miércoles, 29 de abril de 2009

Cuento: La Reina de las Nieves (IV)

CUARTO EPISODIO:

El príncipe y la princesa

Gerda no tuvo más remedio que tomarse otro descanso. Y he aquí que en medio de la nieve, en el sitio donde se había sentado, saltó una gran corneja que llevaba buen rato allí contemplando a la niña y bamboleando la cabeza. Finalmente, le dijo:
- ¡Crac, crac, buenos días, buenos días! -. No sabía decirlo mejor, pero sus intenciones eran buenas, y le preguntó adónde iba tan sola por aquellos mundos de Dios. Gerda comprendió muy bien la palabra «sola» y el sentido que encerraba. Contó, pues, a la corneja toda su historia y luego le preguntó si había visto a Kay.

La corneja hizo un gesto significativo con la cabeza y respondió:
- ¡A lo mejor!
- ¿Cómo? ¿Crees que lo has visto? -exclamó la niña, besando al ave tan fuertemente que por poco la ahoga.
- ¡Cuidado, cuidado! -protestó la corneja-. Me parece que era Kay. Sin embargo, te ha olvidado por la princesa.
- ¿Vive con una princesa? -preguntó Gerda.
- Sí, escucha -dijo la corneja-; pero me resulta difícil hablar tu lengua. Si entendieses la nuestra, te lo podría contar mejor.
- Lo siento, pero no la sé -respondió Gerda-. Mi abuelita sí la entendía, y también la lengua de las pes -. ¡Qué lástima, que yo no la aprendiera!
- No importa -contestó la corneja-. Te lo contaré lo mejor que sepa; claro que resultará muy deficiente -. Y le explicó lo que sabía.

- En este reino en que nos encontramos, vive una princesa de lo más inteligente; tanto, que se ha leído todos los periódicos del mundo, y los ha vuelto a olvidar. Ya ves si es lista. Uno de estos días estaba sentada en el trono - lo cual no es muy divertido, según dicen -; el hecho es que se puso a canturrear una canción que decía así: « ¿Y si me buscara un marido?». «Oye, eso merece ser meditado», pensó, y tomó la resolución de casarse. Pero quería un marido que supiera responder cuando ella le hablara; un marido que no se limitase a permanecer plantado y lucir su distinción; esto era muy aburrido. Convocó entonces a todas las damas de la Corte, y cuando ellas oyeron lo que la Reina deseaba, se pusieron muy contentas. « ¡Esto me gusta! -exclamaron todas-; hace unos días que yo pensaba también en lo mismo». Te advierto que todo lo que digo es verdad -observó la corneja-. Lo sé por mi novia, que tiene libre entrada en palacio; está domesticada.

La novia era otra corneja, claro está. Pues una corneja busca siempre a una semejante y, naturalmente, es siempre otra corneja.

- Los periódicos aparecieron enseguida con el monograma de la princesa dentro de una orla de corazones. Podía leerse en ellos que todo joven de buen parecer estaba autorizado a presentarse en palacio y hablar con la princesa; el que hablase con desenvoltura y sin sentirse intimidado, y desplegase la mayor elocuencia, sería elegido por la princesa como esposo. Puedes creerme -insistió la corneja-, es verdad, tan verdad como que estoy ahora aquí. Acudió una multitud de hombres, todo eran aglomeraciones y carreras, pero nada salió de ello, ni el primer día ni el segundo. Todos hablaban bien mientras estaban en la calle; pero en cuanto franqueaban la puerta de palacio y veían los centinelas en uniforme plateado y los criados con librea de oro en las escaleras, y los grandes salones iluminados, perdían la cabeza. Y cuando se presentaban ante el trono ocupado por la princesa, no sabían hacer otra cosa que repetir la última palabra que ella dijera, y esto a la princesa no le interesaba ni pizca. Era como si al llegar al salón del trono se les hubiese metido rapé en el estómago y hubiesen quedado aletargados, no despertando hasta encontrarse nuevamente en la calle; entonces recobraban el uso de la palabra. Y había una enorme cola que llegaba desde el palacio hasta la puerta de la ciudad. Yo estaba también, como espectadora. Y pasaban hambre y sed, pero en el palacio no se les servía ni un vaso de agua. Algunos, más listos, se habían traído bocadillos, pero no creas que los compartieran con el vecino. Pensaban: «Mejor que tenga cara de hambriento, así no lo querrá la princesa».

- Pero, ¿y Kay, y Kay? -preguntó Gerda-. ¿Cuándo llegó? ¿Estaba entre la multitud?
- Espera, espera, ya saldrá Kay. El tercer día se presentó un personajito, sin caballo ni coche, pero muy alegre. Sus ojos brillaban como los tuyos, tenía un cabello largo y hermoso, pero vestía pobremente.
- ¡Era Kay! -exclamó Gerda, alborozada-. ¡Oh, lo he encontrado! -y dio una palmada.
- Llevaba un pequeño morral a la espalda -prosiguió la corneja. - No, debía de ser su trineo -replicó Gerda-, pues se marchó con el trineo.
- Es muy posible -admitió la corneja-, no me fijé bien; pero lo que sí sé, por mi novia domesticada, es que el tal individuo, al llegar a la puerta de palacio y ver la guardia en uniforme de plata y a los criados de la escalera en librea dorada, no se turbó lo más mínimo, sino que, saludándoles con un gesto de la cabeza, dijo: «Debe ser pesado estarse en la escalera; yo prefiero entrar». Los salones eran un ascua de luz; los consejeros privados y de Estado andaban descalzos llevando fuentes de oro. Todo era solemne y majestuoso. Los zapatos del recién llegado crujían ruidosamente, pero él no se inmutó.

- ¡Es Kay, sin duda alguna! -repitió Gerda-. Sé que llevaba zapatos nuevos. Oí crujir sus suelas en casa de abuelita.
- ¡Ya lo creo que crujían! -prosiguió la corneja-, y nuestro hombre se presentó alegremente ante la princesa, la cual estaba sentada sobre una gran perla, del tamaño de un torno de hilar. Todas las damas de la Corte, con sus doncellas y las doncellas de las doncellas, y todos los caballeros con sus criados y los criados de los criados, que a su vez tenían asistente, estaban colocados en semicírculo; y cuanto más cerca de la puerta, más orgullosos parecían. Al asistente del criado del criado, que va siempre en zapatillas, uno casi no se atreve a mirarlo; tal es la altivez con que se está junto a la puerta.

- ¡Debe ser terrible -exclamó Gerda-. ¿Y vas a decirme que Kay se casó con la princesa?
- De no haber sido yo corneja me habría quedado con ella, y esto que estoy prometido. Parece que él habló tan bien como lo hago yo cuando hablo en mi lengua; así me lo ha dicho mi novia domesticada. Era audaz y atractivo. No se había presentado para conquistar a la princesa, sino sólo para escuchar su conversación. Y la princesa le gustó, y ella, por su parte, quedó muy satisfecha de él.

- Sí, seguro que era Kay -dijo Gerda-. ¡Siempre ha sido tan inteligente! Fíjate que sabía calcular de memoria con quebrados. ¡Oh, por favor, llévame al palacio!
- ¡Niña, qué pronto lo dices! -replicó la corneja-. Tendré que consultarlo con mi novia domesticada; seguramente podrá aconsejarnos, pues de una cosa estoy seguro: que jamás una chiquilla como tú será autorizada a entrar en palacio por los procedimientos reglamentarios.
- ¡Sí, me darán permiso! -afirmó Gerda-. Cuando Kay sepa que soy yo, saldrá enseguida a buscarme.
- Aguárdame en aquella cuesta -dijo la corneja, y, saludándola con un movimiento de la cabeza, se alejó volando.

Cuando regresó, anochecía ya.
-¡Rah! ¡rah! -gritó-. Ella me ha encargado que te salude, y ahí va un panecillo que sacó de la cocina. Allí hay mucho pan, y tú debes de estar hambrienta. No es posible que entres en el palacio; vas descalza; los centinelas en uniforme de plata y los criados en librea de oro no te lo permitirán. Pero no llores, de un modo u otro te introducirás. Mi novia conoce una escalerita trasera que conduce al dormitorio, y sabe dónde hacerse con las llaves.

Se fueron al jardín, a la gran avenida donde las hojas caían sin parar; y cuando en el palacio se hubieron apagado todas las luces una tras otra, la corneja condujo a Gerda a una puerta trasera que estaba entornada.

¡Oh, cómo le palpitaba a la niña el corazón, de angustia y de anhelo! Le parecía como si fuera a cometer una mala acción, y, sin embargo, sólo quería saber si Kay estaba allí. Que estaba, era casi seguro; y en su imaginación veía sus ojos inteligentes, su largo cabello; lo veía sonreír cómo antes, cuando se reunían en casa entre las rosas. Sin duda estaría contento de verla, de enterarse del largo camino que había recorrido en su busca; de saber la aflicción de todos los suyos al no regresar él. ¡Oh, qué miedo, y, a la vez, qué contento!

Llegaron a la escalera, iluminada por una lamparilla colocada sobre un armario. En el suelo esperaba la corneja domesticada, volviendo la cabeza en todas direcciones. Miró a Gerda, que la saludó con una inclinación, tal como le enseñara la abuelita.

- Mi prometido me ha hablado muy bien de usted, señorita -dijo la corneja domesticada-. Su biografía, como vulgarmente se dice, o sea, la historia de su vida, es, por otra parte, muy conmovedora. Haga el favor de coger la lámpara, y yo guiaré. Lo mejor es ir directamente por aquí, así no encontraremos a nadie.
- Tengo la impresión de que alguien nos sigue - exclamó Gerda; en efecto, algo pasó con un silbido; eran como sombras que se deslizaban por la pared, caballos de flotantes melenas y delgadas patas, cazadores, caballeros y damas cabalgando.
- Son sueños nada más -dijo la corneja-. Vienen a buscar los pensamientos de Su Alteza para llevárselos de caza. Tanto mejor, así podrá usted contemplarla a sus anchas en la cama. Pero confío en que, si es usted elevada a una condición honorífica y distinguida, dará pruebas de ser agradecida.
- No hablemos ahora de eso -intervino la corneja del bosque.

Llegaron al primer salón, tapizado de color de rosa, con hermosas flores en las paredes. Pasaban allí los sueños rumoreando, pero tan vertiginosos, que Gerda no pudo ver a los nobles personajes. Cada salón superaba al anterior en magnificencia; era para perder la cabeza. Al fin llegaron al dormitorio, cuyo techo parecía una gran palmera con hojas de cristal, pero cristal precioso; en el centro, de un grueso tallo de oro, colgaban dos camas, cada una semejante a un lirio. En la primera, blanca, dormía la princesa; en la otra, roja, Gerda debía buscar a Kay. Separó una de las hojas encarnadas y vio un cuello moreno.

¡Era Kay! Pronunció su nombre en voz alta, acercando la lámpara - los sueños volvieron a pasar veloces por la habitación -, él se despertó, volvió la cabeza y... ¡no era Kay!

El príncipe se le parecía sólo por el pescuezo, pero era joven y guapo. La princesa, parpadeando por entre la blanca hoja de lirio, preguntó qué ocurría. Gerda rompió a llorar y le contó toda su historia y lo que por ella habían hecho las cornejas.

- ¡Pobre pequeña! -exclamaron los príncipes; elogiaron a las cornejas y dijeron que no estaban enfadados, aunque aquello no debía repetirse. Por lo demás, recibirían una recompensa.
- ¿Preferís marcharos libremente -preguntó la princesa- o quedaros en palacio en calidad de cornejas de Corte, con derecho a todos los desperdicios de la cocina?

Las dos cornejas se inclinaron respetuosamente y manifestaron que optaban por el empleo fijo, pues pensaban en la vejez y en que sería muy agradable contar con algo positivo para cuando aquélla llegase.

El príncipe se levantó de la cama y la cedió a Gerda; realmente no podía hacer más. Ella cruzó las manos, pensando: « ¡Qué buenas son las personas y los animales, después de todo!», y cerrando los ojos, se quedó dormida. Acudieron de nuevo todos los sueños, y creyó ver angelitos de Dios que guiaban un trineo en el que viajaba Kay, el cual la saludaba con la cabeza. Pero todo aquello fue un sueño, y se desvaneció en el momento de despertarse.

Al día siguiente la vistieron de seda y terciopelo de pies a cabeza. La invitaron a quedarse en palacio, donde lo pasaría muy bien; pero ella pidió sólo un cochecito con un caballo y un par de zapatitos, para seguir corriendo el mundo en busca de Kay.

Le dieron zapatos y un manguito y la vistieron primorosamente, y cuando se dispuso a partir, había en la puerta una carroza nueva de oro puro; los escudos del príncipe y de la princesa brillaban en ella como estrellas. El cochero, criados y postillones - pues no faltaban tampoco los postillones -, llevaban sendas coronas de oro. Los príncipes en persona la ayudaron a subir al coche y le desearon toda clase de venturas. La corneja silvestre, que ya se había casado, la acompañó un trecho de tres millas, posada a su lado, pues no podía soportar ir de espaldas. La otra corneja se quedó en la puerta batiendo de alas; no siguió porque desde que contaba con un empleo fijo, sufría de dolores de cabeza, pues comía con exceso. El interior del coche estaba acolchado con cosquillas de azúcar, y en el asiento había fruta y mazapán.

- ¡Adiós, adiós! -gritaron el príncipe y la princesa; y Gerda lloraba, y lloraba también la corneja-. Al cabo de unas millas se despidió también ésta, y resultó muy dura aquella despedida. Subióse volando a un árbol, y permaneció en él agitando las negras alas hasta que desapareció el coche, que relucía como el sol.
XOXO
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miércoles, 22 de abril de 2009

Cuento: La Reina de las Nieves (III)

TERCER EPISODIO:

El jardín de la hechicera
Pero, ¿qué hacía Gerda, al ver que Kay no regresaba? ¿Dónde estaría el niño? Nadie lo sabía, nadie pudo darle noticias. Los chicos de la calle contaban que lo habían visto atar su trineo a otro muy grande y hermoso que entró en la calle, y salió por la puerta de la ciudad. Todos ignoraban su paradero; corrieron muchas lágrimas, y también Gerda lloró copiosa y largamente. Después la gente dijo que había muerto, que se habría ahogado en el río que pasaba por las afueras de la ciudad.

¡Ah, qué días de invierno más largos y tristes! Y llegó la primavera, con su sol confortador.

- Kay murió; ya no lo tengo -dijo la pequeña Gerda.
- No lo creo -respondió el sol.
- Está muerto y ha desaparecido -dijo la niña a las golondrinas.
- ¡No lo creemos! -replicaron éstas; y al fin la propia Gerda llegó a no creerlo tampoco.
- Me pondré los zapatos colorados nuevos -dijo un día-. Los que Kay no ha visto aún, y bajaré al río a preguntar por él.

Era aún muy temprano. Dio un beso a su abuelita, que dormía, y, calzándose los zapatos rojos, salió sola de la ciudad, en dirección al río.

- ¿Es cierto que me robaste a mi compañero de juego? Te daré mis zapatos nuevos si me lo devuelves.

Y le pareció como si las ondas le hiciesen unas señas raras. Se quitó los zapatos rojos, que le gustaban con delirio, y los arrojó al río; pero cayeron junto a la orilla, y las leves ondas los devolvieron a tierra. Habríase dicho que el río no aceptaba la prenda que ella más quería, porque Kay no estaba en él. Pero Gerda, pensando que no había echado los zapatos lo bastante lejos, subióse a un bote que flotaba entre los juncos y, avanzando hasta su extremo, arrojó nuevamente los zapatos al agua. Pero resultó que el bote no estaba amarrado y, con el movimiento producido por la niña, se alejó de la orilla. Al darse cuenta la niña, quiso saltar a tierra, pero antes que pudiera llegar a popa, la embarcación se había separado ya cosa de una vara de la ribera y seguía alejándose a velocidad creciente.

Gerda, en extremo asustada, rompió a llorar, pero nadie la oyó aparte los gorriones, los cuales, no pudiendo llevarla a tierra, se echaron a volar a lo largo de la orilla, piando como para consolarla: «¡Estamos aquí, estamos aquí!». El bote avanzaba, arrastrado por la corriente, y Gerda permanecía descalza y silenciosa; los zapatitos rojos flotaban en pos de la barca, sin poder alcanzarla, pues ésta navegaba a mayor velocidad.

Las dos orillas eran muy hermosas, con lindas flores, viejos árboles y laderas en las que pacían ovejas y vacas; pero no se veía ni un ser humano.

«Acaso el río me conduzca hasta Kay», pensó Gerda, y aquella idea le devolvió la alegría. Se puso en pie y estuvo muchas horas contemplando la hermosa ribera verde, hasta que llegó frente a un gran jardín plantado de cerezos, en el que se alzaba una casita con extrañas ventanas de color rojo y azul. Por lo demás, tenía el tejado de paja, y fuera había dos soldados de madera, con el fusil al hombro.

Gerda los llamó, creyendo que eran de verdad; pero como es natural, no respondieron; se acercó mucho a ellos, pues el río impelía el bote hacia la orilla.

La niña volvió a llamar más fuerte, y entonces salió de la casa una mujer muy vieja, muy vieja, que se apoyaba en una muletilla; llevaba, para protegerse del sol, un gran sombrero pintado de bellísimas flores.

- ¡Pobre pequeña! -dijo la vieja-. ¿Cómo viniste a parar a este río caudaloso y rápido que te ha arrastrado tan lejos? -. Y, entrando en el agua, la mujer sujetó el bote con su muletilla, tiró de él hacia tierra y ayudó a Gerda a desembarcar.

Se alegró la niña de volver a pisar tierra firme, aunque la vieja no dejaba de inspirarle cierto temor.

- Ven y cuéntame quién eres y cómo has venido a parar aquí -dijo la mujer.

Gerda se lo explicó todo, mientras la mujer no cesaba de menear la cabeza diciendo: «¡Hm, hm!». Y cuando la niña hubo terminado y preguntado a la vieja si por casualidad había visto a Kay, respondió ésta que no había pasado por allí, pero que seguramente vendría. No debía afligirse y sí, en cambio, probar las cerezas, y contemplar sus flores, que eran más hermosas que todos los libros de estampas, y además cada una sabía un cuento. Tomó a Gerda de la mano y entró con ella en la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Las ventanas eran muy altas, y los cristales, de colores: rojo, azul y amarillo, por lo que la luz del día resultaba muy extraña. Sobre la mesa había un plato de exquisitas cerezas, y Gerda comió todas las que le vinieron en gana, con permiso de la dueña. Mientras comía, la vieja la peinaba con un peine de oro, y el pelo se le iba ensortijando y formando un precioso marco dorado para su carita cariñosa, redonda y rosada.

- ¡Siempre he suspirado por tener una niña bonita como tú -dijo la vieja-. ¡Ya verás qué bien lo pasamos las dos juntas! -. Y mientras seguía peinando el cabello de Gerda, ésta iba olvidándose de su amiguito Kay, pues la vieja poseía el arte de hechicería, aunque no fuera una bruja perversa. Practicaba su don sólo para satisfacer algún antojo, y le habría gustado quedarse con Gerda. Por eso salió a la rosaleda y, extendiendo la muletilla hacia todos los rosales, magníficamente floridos, hizo que todos desaparecieran bajo la negra tierra, sin dejar señal ni rastro. Temía la mujer que Gerda, al ver las rosas, se acordase de las suyas y de Kay y escapase.

Entonces condujo a la niña al jardín. ¡Dios santo! ¡Qué fragancia y esplendor! Crecían allí todas las flores imaginables; las propias de todas las estaciones aparecían abiertas y magníficas; ningún libro de estampas podía comparársele. Gerda se puso a saltar de alegría y estuvo jugando hasta que el sol se ocultó tras los altos cerezos. Entonces fue conducida a una bonita cama, con almohada de seda roja llena de pétalos de violetas, y se durmió y soñó cosas como sólo las sueña una reina el día de su boda.

Al día siguiente volvió a jugar al sol con las flores, y de este modo transcurrieron muchos días. Gerda conocía todas las flores, y a pesar de las muchas que había, le parecía que faltaba una, sin poder precisar cuál. En una ocasión en que estaba sentada contemplando el sombrero de la vieja, que tenía pintadas tantas flores, vio también la más bella de todas: la rosa. La vieja se había olvidado de borrarla del sombrero cuando hizo desaparecer las restantes bajo tierra. Pero, ya se sabe, uno no puede estar en todo.

- Ahora que caigo en ello -exclamó Gerda-, ¿no hay rosas aquí? -y se puso a recorrer los arriates, busca que busca, pero no había ninguna. Entonces se sentó en el suelo y rompió a llorar; sus lágrimas ardientes caían sobre un lugar donde se había hundido uno de los rosales, y cuando humedecieron el suelo, brotó de pronto el rosal, tan florido como en el momento de desaparecer, y Gerda lo abrazó, y besó sus rosas, y le volvieron a la memoria las preciosas de su casa y, con ellas, Kay.

- ¡Ay, cómo me he entretenido! -exclamó la niña-. Yo iba en busca de Kay. ¿No sabéis dónde está? -preguntó a las rosas.- ¿Creéis que está vivo o que está muerto?
- Muerto no está -respondieron las rosas-. Nosotras hemos estado debajo de la tierra, donde moran todos los muertos, pero Kay no estaba.
- Gracias -dijo Gerda, y, dirigiéndose a las otras flores, miró sus cálices y les preguntó: - ¿Sabéis por ventura dónde está Kay?

Pero todas las flores tomaban el sol, ensimismadas en sus propias historias. Gerda oyó muchísimas, pero ninguna decía nada de Kay.

¿Qué decía, pues, la azucena de fuego?
- Oye el tambor: «¡Bum, bum!». Son sólo dos notas, siempre «¡bum! ¡bum!». Escucha el plañido de las mujeres. Escucha la llamada de los sacerdotes. Envuelta en su largo manto rojo, la mujer está sobre la pira; las llamas la rodean, así como a su esposo muerto. Pero la mujer hindú piensa en el hombre vivo que está entre la multitud: en él, cuyos ojos son más ardientes que las llamas; en él, el ardor de cuyos ojos agita su corazón más que el fuego, que pronto reducirá su cuerpo a cenizas. ¿Puede la llama del corazón perecer en la llama de la hoguera?

- No comprendo una palabra de lo que dices -exclamó Gerda.
- Pues éste es mi cuento -replicó la azucena.

¿Qué dijo la campanilla?
- Más arriba del sendero de montaña se alza un antiguo castillo. La espesa siempreviva crece en torno de los vetustos muros rojos, hoja contra hoja, rodeando la terraza. Allí mora una hermosa doncella que, inclinándose sobre la balaustrada, mira constantemente al camino. No hay en el rosal una rosa más fresca que ella; ninguna flor de manzano arrancada por el viento flota más ligera que ella; el crujido de su ropaje de seda dice: «¿No viene aún?».
- ¿Te refieres a Kay? -preguntó Gerda.
- Yo hablo tan sólo de mi leyenda, de mi sueño -respondió la campanilla.

¿Qué dice el rompenieves?
- Entre unos árboles hay una larga tabla, colgada de unas cuerdas; es un columpio. Dos lindas chiquillas - sus vestidos son blancos como la nieve, y en sus sombreros flotan largas cintas de seda verde - se balancean sentadas en él. Su hermano, que es mayor, está también en el columpio, de pie, rodeando la cuerda con un brazo para sostenerse, pues tiene en una mano una escudilla, y en la otra, una paja, y está soplando pompas de jabón. El columpio no para, y las pompas vuelan, con bellas irisaciones; la última está aún adherida al canutillo y se tuerce al impulso del viento, pues el columpio sigue oscilando. Un perrito negro, ligero como las pompas de jabón, se levanta sobre las patas traseras; también él quería subir al columpio. Pasa volando el columpio, y el perro cae, ladrando furioso, y las pompas estallan. Un columpio, una esferita de espuma que revienta; ¡ésta es mi canción!
- Acaso sea bonito eso que cuentas, pero lo dices de modo tan triste, y además no hablas de Kay.

¿Qué decían los jacintos?
- Éranse tres bellas hermanas, exquisitas y transparentes. El vestido de una era rojo; el de la segunda, azul, y el de la tercera, blanco. Cogidas de la mano bailaban al borde del lago tranquilo, a la suave luz de la luna. No eran elfos, sino seres humanos. El aire estaba impregnado de dulce fragancia, y las doncellas desaparecieron en el bosque. La fragancia se hizo más intensa; tres féretros, que contenían a las hermosas muchachas, salieron de la espesura de la selva, flotando por encima del lago, rodeados de luciérnagas, que los acompañaban volando e iluminándolos con sus lucecitas tenues. ¿Duermen acaso las doncellas danzarinas, o están muertas? El perfume de las flores dice que han muerto; la campana vespertina llama al oficio de difuntos.
- ¡Qué tristeza me causas! -dijo Gerda-. ¡Tu perfume es tan intenso! No puedo dejar de pensar en las doncellas muertas. ¡Ay!, ¿estará muerto Kay? Las rosas estuvieron debajo de la tierra y dijeron que no.
- ¡Cling, clang! - sonaban los cálices de los jacintos -. No doblamos por Kay, no lo conocemos. Cantamos nuestra propia pena, la única que conocemos.

Y Gerda pasó al botón de oro, que asomaba por entre las verdes y brillantes hojas.
- ¡Cómo brillas, solecito! -le dijo-. ¿Sabes dónde podría encontrar a mi campanero de juegos?

El botón de oro despedía un hermosísimo brillo y miraba a Gerda. ¿Qué canción sabría cantar? Tampoco se refería a Kay. No sabía qué decir.
- El primer día de primavera, el sol del buen Dios lucía en una pequeña alquería, prodigando su benéfico calor; sus rayos se deslizaban por las blancas paredes de la casa vecina, junto a las cuales crecían las primeras flores amarillas, semejantes a ascuas de oro al contacto de los cálidos rayos. La anciana abuela estaba fuera, sentada en su silla; la nieta, una linda muchacha que servía en la ciudad, acababa de llegar para una breve visita y besó a su abuela. Había oro, oro puro del corazón en su beso. Oro en la boca, oro en el alma, oro en aquella hora matinal. Ahí tienes mi cuento -concluyó el botón de oro.

- ¡Mi pobre, mi anciana abuelita! -suspiró Gerda-. Sin duda me echa de menos y está triste pensando en mí, como lo estaba pensando en Kay. Pero volveré pronto a casa y lo llevaré conmigo. De nada sirve que pregunte a las flores, las cuales saben sólo de sus propias penas. No me dirán nada -. Y se arregazó el vestidito para poder andar más rápidamente; pero el lirio de Pascua le golpeó en la pierna al saltar por encima de él. Se detuvo la niña y, considerando la alta flor amarilla, le preguntó: - ¿Acaso tú sabes algo? -y se agachó sobre la flor. ¿Qué le dijo ésta?

- Me veo a mí misma, me veo a mí misma. ¡Oh, cómo huelo! Arriba, en la pequeña buhardilla, está, medio desnuda, una pequeña bailarina, que ora se sostiene sobre una pierna, ora sobre las dos, recorre con sus pies todo el mundo, pero es sólo una ilusión. Vierte agua de la tetera sobre un pedazo de tela que sostiene: es su corpiño, ¡la limpieza es una gran cosa! El blanco vestido cuelga de un gancho; fue también lavado en la tetera y secado en el tejado. Se lo pone, se pone alrededor del cuello el chal azafranado, y así resalta más el blanco del vestido. ¡Arriba la pierna! ¡Mira qué alardes hace sobre un tallo! ¡Me veo a mí misma, me veo a mí misma! ¡Oh esto es magnífico!

- ¡Y qué me importa eso a mí! -dijo Gerda.- ¿A qué viene esa historia? -. Y echó a correr hacia el extremo del jardín.

La puerta estaba cerrada, pero ella forcejeó con el herrumbroso cerrojo hasta descorrerlo; abrióse por fin, y la niña se lanzó al vasto mundo con los pies descalzos. Por tres veces se volvió a mirar, pero nadie la perseguía. Al fin, fatigadísima, se sentó sobre una gran piedra, y al dirigir la mirada a su alrededor se dio cuenta de que el verano había pasado y de que estaba ya muy avanzado el otoño, cosa que no había podido observar en el hermoso jardín, donde siempre brillaba el sol, y las flores crecían en todas las estaciones.

- ¡Dios mío, cómo me he retrasado! -dijo Gerda-. ¡Estamos ya en otoño; tengo que darme prisa! -. Y se puso en pie para reemprender su camino.

Pobres piececitos suyos, ¡qué heridos y cansados! A su alrededor todo parecía frío y desierto; las largas hojas de los sauces estaban amarillas, y el rocío se desprendía en grandes gotas. Caían las hojas unas tras otras; sólo el endrino tenía aún fruto, pero era áspero y contraía la boca. ¡Ay, qué gris y difícil parecía todo en el vasto mundo!.
XOXO
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miércoles, 15 de abril de 2009

Cuento: La Reina de las Nieves (II)

He aquí la segunda entrega de este hermoso cuento ;)

SEGUNDO EPISODIO:

Un niño y una niña
En la gran ciudad, donde viven tantas personas y se alzan tantas casas que no queda sitio para que todos tengan un jardincito - por lo que la mayoría han de contentarse con cultivar flores en macetas -, había dos niños pobres que tenían un jardín un poquito más grande que un tiesto. No eran hermano y hermana, pero se querían como si lo fueran. Los padres vivían en las buhardillas de dos casas contiguas. En el punto donde se tocaban los tejados de las casas, y el canalón corría entre ellos, se abría una ventanita en cada uno de los edificios; bastaba con cruzar el canalón para pasar de una a otra de las ventanas.

Los padres de los dos niños tenían al exterior dos grandes cajones de madera, en los que plantaban hortalizas para la cocina; en cada uno crecía un pequeño rosal, y muy hermoso por cierto. He aquí que a los padres se les ocurrió la idea de colocar los cajones de través sobre el canalón, de modo que alcanzasen de una a otra ventana, con lo que parecían dos paredes de flores. Zarcillos de guisantes colgaban de los cajones, y los rosales habían echado largas ramas, que se curvaban al encuentro una de otra; era una especie de arco de triunfo de verdor y de flores. Como los cajones eran muy altos, y los niños sabían que no debían subirse a ellos, a menudo se les daba permiso para visitarse; entonces, sentados en sus taburetes bajo las rosas, jugaban en buena paz y armonía.

En invierno, aquel placer se interrumpía. Con frecuencia, las ventanas estaban completamente heladas. Entonces los chiquillos calentaban a la estufa monedas de cobre, y, aplicándolas contra el hielo que cubría al cristal, despejaban en él una mirilla, detrás de la cual asomaba un ojo cariñoso y dulce, uno en cada ventana; eran los del niño y de la niña; él se llamaba Kay, y ella, Gerda. En verano era fácil pasar de un salto a la casa del otro, pero en invierno había que bajar y subir muchas escaleras, y además nevaba copiosamente en la calle. Es un enjambre de abejas blancas - decía la abuela, que era muy viejecita.

- ¿Tienen también una reina? -preguntó un día el chiquillo, pues sabía que las abejas de verdad la tienen.

- ¡Claro que sí! -respondió la abuela-. Vuela en el centro del enjambre, con las más grandes, y nunca se posa en el suelo, sino que se vuelve volando a la negra nube. Algunas noches de invierno vuela por las calles de la ciudad y mira al interior de las ventanas, y entonces éstas se hielan de una manera extraña, cubriéndose como de flores.

- ¡Sí, ya lo he visto! -exclamaron los niños a dúo; y entonces supieron que aquello era verdad.

- ¿Y podría entrar aquí la reina de las nieves? -preguntó la muchachita.

- Déjala que entre -dijo el pequeño-. La pondré sobre la estufa y se derretirá.

Pero la abuela le acarició el cabello y se puso a contar otras historias.

Aquella noche, estando Kay en su casa medio desnudo, subióse a la silla que había junto a la ventana y miró por el agujerito. Fuera caían algunos copos de nieve, y uno de ellos, el mayor, se posó sobre el borde de uno de los cajones de flores; fue creciendo creciendo, y se transformó, finalmente, en una doncella vestida con un exquisito velo blanco hecho como de millones de copos en forma de estrella. Era hermosa y distinguida, pero de hielo, de un hielo cegador y centelleante, y, sin embargo, estaba viva; sus ojos brillaban como límpidas estrellas, pero no había paz y reposo en ellos. Hizo un gesto con la cabeza y una seña con la mano. El niño, asustado, saltó al suelo de un brinco; en aquel momento pareció como si delante de la ventana pasara volando un gran pájaro. Fue una sensación casi real.

Al día siguiente hubo helada con el cielo sereno, y luego vino el deshielo; después apareció la primavera. Lució el sol, brotaron las plantas, las golondrinas empezaron a construir sus nidos; abriéronse las ventanas, y los niños pudieron volver a su jardincito del canalón, encima de todos los pisos de las casas.

En verano, las rosas florecieron con todo su esplendor. La niña había aprendido una canción que hablaba de rosas, y en ella pensaba al mirar las suyas; y la cantó a su compañero, el cual cantó con ell

«Florecen en el valle las rosas,
Bendito seas, Jesús, que las haces tan hermosas».

Y los pequeños, cogidos de las manos, besaron las rosas y, dirigiendo la mirada a la clara luz del sol divino, le hablaron como si fuese el Niño Jesús. ¡Qué días tan hermosos! ¡Qué bello era todo allá fuera, junto a los lozanos rosales que parecían dispuestos a seguir floreciendo eternamente!

Kay y Gerda, sentados, miraban un libro de estampas en que se representaban animales y pajarillos, y entonces - el reloj acababa de dar las cinco en el gran campanario - dijo Kay: - ¡Ay, qué pinchazo en el corazón! ¡Y algo me ha entrado en el ojo!

La niña le rodeó el cuello con el brazo, y él parpadeaba, pero no se veía nada.

- Creo que ya salió -dijo; pero no había salido. Era uno de aquellos granitos de cristal desprendidos del espejo, el espejo embrujado. Bien os acordáis de él, de aquel horrible cristal que volvía pequeño y feo todo lo grande y bueno que en él se reflejaba, mientras hacía resaltar todo lo malo y ponía de relieve todos los defectos de las cosas. Pues al pobre Kay le había entrado uno de sus trocitos en el corazón. ¡Qué poco tardaría éste en volvérsela como un témpano de hielo! Ya no le dolía, pero allí estaba.

- ¿Por qué lloras? -preguntó el niño-. ¡Qué fea te pones! No ha sido nada. ¡Uf! -exclamó de pronto-, ¡aquella rosa está agusanada! Y mira cómo está tumbada. No valen nada, bien mirado. ¡Qué quieres que salga de este cajón! -y pegando una patada al cajón, arrancó las dos rosas.

- Kay, ¿qué haces? -exclamó la niña; y al darse él cuenta de su espanto, arrancó una tercera flor, se fue corriendo a su ventana y huyó de la cariñosa Gerda.

Al comparecer ella más tarde con el libro de estampas, le dijo Kay que aquello era para niños de pecho; y cada vez que abuelita contaba historias, salía él con alguna tontería. Siempre que podía, se situaba detrás de ella, y, calándose unas gafas, se ponía a imitarla; lo hacía con mucha gracia, y todos los presentes se reían. Pronto supo remedar los andares y los modos de hablar de las personas que pasaban por la calle, y todo lo que tenían de peculiar y de feo. Y la gente exclamaba: - ¡Tiene una cabeza extraordinaria este chiquillo! -. Pero todo venía del cristal que por el ojo se le había metido en el corazón; esto explica que se burlase incluso de la pequeña Gerda, que tanto lo quería.

Sus juegos eran ahora totalmente distintos de los de antes; eran muy juiciosos. En invierno, un día de nevada, se presentó con una gran lupa, y sacando al exterior el extremo de su chaqueta, dejó que se depositasen en ella los copos de nieve.

- Mira por la lente, Gerda -dijo; y cada copo se veía mucho mayor, y tenía la forma de una magnífica flor o de una estrella de diez puntas; daba gusto mirarlo -. ¡Fíjate qué arte! -observó Kay-. Es mucho más interesante que las flores de verdad; aquí no hay ningún defecto, son completamente regulares. ¡Si no fuera porque se funden!

Poco más tarde, el niño, con guantes y su gran trineo a la espalda, dijo al oído de Gerda: - Me han dado permiso para ir a la plaza a jugar con los otros niños -y se marchó.

En la plaza no era raro que los chiquillos más atrevidos atasen sus trineos a los coches de los campesinos, y de esta manera paseaban un buen trecho arrastrados por ellos. Era muy divertido. Cuando estaban en lo mejor del juego, llegó un gran trineo pintado de blanco, ocupado por un personaje envuelto en una piel blanca y tocado con un gorro, blanco también. El trineo dio dos vueltas a la plaza, y Kay corrió a atarle el suyo, dejándose arrastrar. El trineo desconocido corría a velocidad creciente, y se internó en la calle más próxima; el conductor volvió la cabeza e hizo una seña amistosa a Kay, como si ya lo conociese. Cada vez que Kay trataba de soltarse, el conductor le hacía un signo con la cabeza, y el pequeño se quedaba sentado. Al fin salieron de la ciudad, y la nieve empezó a caer tan copiosamente, que el chiquillo no veía siquiera la mano cuando se la ponía delante de los ojos; pero la carrera continuaba. Él soltó rápidamente la cuerda para desatarse del trineo grande pero de nada le sirvió; su pequeño vehículo seguía sujeto, y corrían con la velocidad del viento. Se puso a gritar, pero nadie lo oyó; continuaba nevando intensamente, y el trineo volaba, pegando de vez en cuando violentos saltos, como si salvase fosos y setos. Kay estaba aterrorizado; quería rezar el Padrenuestro, pero sólo acudía a su memoria la tabla de multiplicar.

Los copos de nieve eran cada vez mayores, hasta que, al fin, parecían grandes pollos blancos. De repente dieron un salto a un lado, el trineo se detuvo, y la persona que lo conducía se incorporó en el asiento. La piel y el gorro eran de pura nieve, y ante los ojos del chiquillo se presentó una señora alta y esbelta, de un blanco resplandeciente. Era la Reina de las Nieves.

- Hemos corrido mucho -dijo, pero, ¡qué frío! Métete en mi piel de oso -, prosiguió, y lo sentó junto a ella en su trineo y lo envolvió en la piel. A él le pareció que se hundía en un torbellino de nieve.

- ¿Todavía tienes frío? -preguntóle la señora, besándolo en la frente. ¡Oh, sus labios eran peor que el hielo, y el beso se le entró en el corazón, que ya de suyo estaba medio helado! Tuvo la sensación de que iba a morir, pero no duró más que un instante; luego se sintió perfectamente, y dejó de notar el frío.

«¡Mi trineo! ¡No olvides mi trineo!», pensó él de pronto; pero estaba atado a uno de los pollos blancos, el cual echo a volar detrás de ellos con el trineo a la espalda. La Reina de las Nieves dio otro beso a Kay, y Gerda, la abuela y todos los demás se borraron de su memoria.

- No te volveré a besar -dijo ella-, pues de lo contrario te mataría.

Kay la miró; era muy hermosa; no habría podido imaginar un rostro más inteligente y atractivo. Ya no le parecía de hielo, como antes, cuando le había estado haciendo señas a través de la ventana. A los ojos del niño era perfecta, y no le inspiraba temor alguno.

Contóle que sabía hacer cálculo mental, hasta con quebrados; que sabía cuántas millas cuadradas y cuántos habitantes tenía el país. Ella lo escuchaba sonriendo, y Kay empezó a pensar que tal vez no sabía aún bastante. Y levantó los ojos al firmamento, y ella emprendió el vuelo con él, hacia la negra nube, entre el estrépito de la tempestad; el niño se acordó de una vieja canción. Pasaron volando por encima de ciudades y lagos, de mares y países; debajo de ellos aullaban el gélido viento y los lobos, y centelleaba la nieve; y encima volaban las negras y ruidosas cornejas; pero en lo más alto del cielo brillaba, grande y blanca, la luna, y Kay la estuvo contemplando durante toda la larga noche. Al amanecer se quedó dormido a los pies de la Reina de las Nieves.

XOXO
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miércoles, 8 de abril de 2009

Cuento: La Reina de las Nieves (I)

Este cuento es muy hermoso, que me encantó desde que lo leí la primera vez, pertenece a Hans Christian Andersen. Acá les dejo el primer episodio, disfrútenlo :D

PRIMER EPISODIO:

Trata del espejo y del trozo de espejo
Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el diablo en persona!

Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el diablo.

Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería - pues mantenía una escuela para duendes - contaron en todas partes que había ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y, finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a duras penas podían sujetarlo.

Siguieron volando y acercándose a Dios y a los ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en billones de fragmentos y aún más. Y justamente entonces causó más trastornos que antes, pues algunos de los pedazos, del tamaño de un grano de arena, dieron la vuelta al mundo, deteniéndose en los sitios donde veían gente, la cual se reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir sólo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minúsculos fragmentos conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón, y el resultado fue horrible, pues el corazón se les volvió como un trozo de hielo.

Varios pedazos eran del tamaño suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy desagradable mirar a los amigos a través de ellos. Otros fragmentos se emplearon para montar anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes para ver bien y con justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se reía a reventar, divirtiéndose de lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron más lejos. Ahora vais a oírlo.

XOXO
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sábado, 30 de agosto de 2008

Eros y Psique

"En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Venus, y no advirtieron que, al descuidar los ritos debidos a esta diosa, tal vez estaban atrayendo sobre la bella y bondadosa joven un destino funesto. Venus, la diosa que está en el origen de todos los seres, herida en su orgullo, encargó a su hijo Eros: 'Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos' y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereidas y delfines.

Psique, con el correr del tiempo, fue conociendo el precio amargo de su hermosura. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor... Sus padres consultaron entonces al oráculo: 'A lo más alto contestó la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter'. El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.

Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en un pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la factura del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. La hizo suya, y partió antes del amanecer.


Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: 'Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha'. 'Mas añoro mucho su compañía' dijo ella entre sollozos. 'Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre'. 'Sea', contestó el marido, y al amanecer se escurrió una vez más de entre sus brazos. De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.

Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ellas su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo. Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. 'Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad...' Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos... 'Tiene que ser un monstruo', dijeron ellas, aparentemente horrorizadas, 'la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte'. Y la ingenua Psique asintió.

'Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza'. Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era... el propio dios Cupido, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios, que despertó sobresaltado.

Al ver traicionada su confianza, Cupido se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: 'Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Venus desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé... Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme'. Y dicho esto se fue. Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Venus la perseguía. La diosa finalmente dio con ella, menospreció el embarazo de la joven, le dio unos cuantos sopapos y la encerró con sus sirvientas Soledad y Tristeza.

El caso es que Venus decidió someter a Psique a varias pruebas, convencida de que no podría superarlas; mas acudieron en ayuda de la joven las compasivas hormigas, las cañas de los ríos y las aves del cielo. La última prueba, en cambio, fue la más terrible: Psique bajó a los infiernos en busca de una cajita que contenía hermosura divina. En el camino de regreso, sin embargo, quiso ella misma ponerse un poco y, al abrir la caja, un sueño insoportable se abatió sobre ella. Y habría muerto, de no ser porque Cupido, su loco enamorado, acudió a despertarla: 'Lleva rápidamente la cajita a mi madre, que yo intentaré arreglarlo todo' dijo, y se fue volando. En la morada de los dioses, a petición de Cupido, Zeus determinó que los amantes podían vivir juntos. Así que Hermes raptó a Psique y la llevó al cielo, donde se hizo inmortal. Y fueron juntos felices Eros y Psique y a su debido tiempo tuvieron una niña a la que en la tierra llamamos Voluptuosidad. "


En fin. Que estos griegos tenían mucha imaginación. Lo cierto es que, en griego, la palabra "Psique" significa "alma", y por aquel entonces creían que, al morir una persona, su alma abandonaba el cuerpo en forma de mariposa nocturna. Ahora entenderás por qué en las noches de verano, a la hora de la fresca, esa mariposa nocturna revolotea como loca alrededor de la luz. Es la propia Psique que busca junto a su lámpara, infructuosamente, al amado que perdió de forma tan ingenua. O por lo menos eso es lo que los griegos contaban.

Encontrado en: Los Amores de Eros y Psique

XOXO
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jueves, 14 de agosto de 2008

La Misión de Cada Signo

"Y entonces, en aquella mañana, Dios compareció ante sus 12 criaturas y en cada una de ellas sembró la semilla de la vida humana. Uno a uno, cada niño dio un paso adelante para recibir el Don y la función que le correspondía.

ARIES, Ven acá...

“A ti Aries, te doy la primera semilla, para que tengas el honor de plantarla. Por cada semilla que plantes, otro millón más de semillas se multiplicarán en tus manos. No tendrás tiempo de ver crecer la semilla, pues todas las que plantes crearán otras para ser plantadas, cada vez más y más. Tú serás el primero en penetrar el campo de la mente humana llevando mi Idea. Pero no te corresponde alimentar y cuidar esta idea, ni cuestionarla. Tu vida es acción, y la única acción que te otorgo es la de dar el paso inicial para volver a los hombres conscientes de la Creación. Por este trabajo, Yo te concedo la virtud del Respeto Personal."

Y Aries, silenciosamente, regresó a su lugar

Principal Característica: Individualidad, Acción
Cualidad: Coraje, Sinceridad
Defecto: Impulsividad y Franqueza excesivas


TAURO, Ven acá...

“A ti Tauro, te doy el poder de transformar la semilla en substancia. Grande es tu tarea, requiere paciencia; pues tienes que terminar todo lo que fue comenzado, para que las semillas no sean dispersadas por el viento. No debes cambiar de idea a medio camino, ni depender de los otros para la ejecución de lo que te pido. Para eso, Yo te concedo el Don de la Fuerza. Trata de usarla sabiamente!"

Y Tauro regresó a su lugar.

Principal Característica: Estabilidad
Cualidad: Lealtad, Persistencia
Defecto: Obstinación, Conservadurismo


GÉMINIS, Ven acá...

"A ti, Géminis, te doy las preguntas sin respuestas, para que puedas llevar a todos la comprensión de aquello que el hombre ve a su alrededor. Tú nunca sabrás por qué los hombres hablan o escuchan, pero en tu búsqueda por la respuesta encontrarás Mi Don reservado para ti el Conocimento."

Y Géminis regresó a su lugar.

Principal Característica: Movimiento
Cualidad: Adaptabilidad, Versatilidad
Defecto: Racionalidad excesiva, Falta de Compromiso


CÁNCER, Ven Acá...

"A ti Cáncer, te otorgo la tarea de enseñar a los hombres la emoción. Mi Idea es que provoques en ellos risas y lágrimas, de modo que todo lo que ellos vean y sientan desenvuelva la Plenitud desde su interior. Para esto, Yo te doy el Don de la Familia, para que tu Plenitud se pueda multiplicar."

Y Cancer regresó a su lugar.

Principal Característica: Sentimiento
Cualidad: Empatia, Sensibilidad
Defecto: Posesividad, Apego al Pasado, Fluctuabilidad


LEO, Ven acá...

"A ti Leo, te otorgo la tarea de exhibir al Mundo Mi Creación en todo su esplendor. Pero debes Tener cuidado con el orgullo, y siempre recordar que es Mi Creación, y no tuya. Si lo olvidas, serás despreciado por los hombres. Hay mucha alegría en tu trabajo; basta hacerlo bien. Por esto Yo te concedo el Don de la Honra."

Y Leo regresó a su lugar.

Principal Característica: Alegria
Cualidad: Dignidad, Generosidad, Extroversión
Defecto: Egocentrismo, Autoritarismo, Obstinación


VIRGO, Ven acá...

"A ti Virgo, pido que emprendas un examen de todo lo que los hombres hagan con Mi Creación. Tendrás que observar con perspicacia los caminos que recorran, y recuérdales sus errores, de modo que a través tuyo Mi Creación pueda ser perfeccionada. Para que así lo hagas, Yo te concedo el Don de la Pureza."

Y Virgo regresó a su lugar.

Principal Característica: La voluntad de Hacer siempre lo Mejor
Cualidad: Capricho, Humildad, Perfeccionamiento Constante
Defecto: Demasiado Crítico, Meticulosidad Excesiva, Manía de Perfección


LIBRA, Ven acá...

"A ti Libra, te doy la misión de servir, para que el hombre sea consciente de sus deberes para con los demás; para que él pueda aprender la cooperación, así como la habilidad de reflejar el otro lado de sus acciones. Y de llevarte a donde quiera que haya discordia, y por tus esfuerzos te concederé el Don del Amor."

Y Libra regresó a su lugar.

Principal Característica: La búsqueda del otro, La Sociabilidad
Cualidad : Diplomacia, Elegancia, Simpatía, Sentido Común
Defecto: Excitación, Necesidad de Agradar, Dificultad con Conflictos


ESCORPIO, Ven acá...

"A ti Escorpio, te daré una tarea muy difícil. Tendrás la habilidad de conocer la mente de los hombres, pero no te daré el permiso de hablar sobre lo que aprendas. Muchas veces te sentirás herido por aquello que veas, en tu dolor te volverás contra Mí, olvidando que no soy Yo, sino será la perversión de mi Idea, lo que te hará sufrir. Verás tanto y tanto del hombre en cuanto animal, y lucharás mucho contra los instintos en ti mismo, que perderás  tu camino; pero cuando finalmente regreses, tendré para ti el Don Supremo de la Finalidad."

Y Escorpio regresó a su lugar.

Principal Característica: La Profundidad
Cualidad: Conocimiento del Ser Humano
Defecto: Intensidad Excesiva


SAGITARIO, Ven acá...

"A ti Sagitario, te pido que hagas a los hombres reír, pues entre las distorsiones de mi Idea ellos se volverán amargados. A través de la risa darás al hombre la esperanza, y por ella volverás sus ojos nuevamente hacia Mí. Llegarás a Tener muchas vidas, aunque solo momentáneas; y en cada vida que alcances, conocerás la inquietud. A ti Sagitario, daré el Don de la Infinita Abundancia, para que te puedas expandir lo suficiente hasta alcanzar cada rincón donde haya oscuridad, y llevar ahí la luz."

Y Sagitario regresó a su lugar.

Principal Característica: La Expansividad
Cualidad: El Optimismo
Defecto: La Arrogancia


CAPRICORNIO, Ven acá...

“De ti Capricornio, quiero el sudor de tu frente, para que puedas enseñar a los hombres el trabajo. No es fácil tu tarea, pues sentirás todo el esfuerzo de los hombres sobre tus hombros; pero por el yugo de tu carga, te concedo el Don de la Responsabilidad."

Y Capricornio regresó a su lugar.

Principal Característica: La Persistencia
Cualidad: Disciplina
Defecto: Rigidez


ACUARIO, Ven acá...

"A ti Acuario, te doy el concepto del futuro, para que a través tuyo el hombre pueda ver otras posibilidades. Tendrás el dolor de la soledad, pues no te permito personalizar mi Amor. Para que puedas voltear las miradas de los humanos en dirección a nuevas posibilidades, Yo te concedo el Don de la Libertad, de modo que libre, puedas continuar el servicio a la humanidad en donde quiera que ella se encuentre."

Y Acuario regresó a su lugar.

Principal Característica: La Originalidad
Cualidad: El Humanismo
Defecto: El Radicalismo


PISCIS, Ven acá...

"A ti Piscis, no fue en vano que te dejé al último, pues te doy la más difícil de todas las tareas. Te pido que reúnas todas las tristezas de los hombres y las traigas de vuelta a Mí. Tus lágrimas serán, en el fondo, mis lágrimas. La tristeza y el padecimiento que tendrás que absorver serán los efectos de las distorsiones impuestas por el hombre a mi Idea, te cabe llevar hasta él la compasión, para que pueda intentarlo nuevamente. Será tu  misión la de amparar y animar a todos tus hermanos, haciéndolos confiar en sus capacidades, y siempre puedan intentarlo nuevamente. Por esta tarea, Yo te concedo el Don más alto de todos: Tú serás el único de Mis doce hijos que me Comprenderá, pero este Don del Entendimiento será solo para ti, Piscis; pues Cuando intentes difundirlo entre los hombres ellos no se detendrán y pocos te escucharán."

Y entre todos, Piscis fue el único que regresó a su lugar sonriendo cariñosamente a cada uno de sus once hermanos, sabiendo que cada uno de ellos ahora se habían vuelto parte de su propia vida. En aquel momento él amaba a cada uno de ellos profundamente.

Y agradeció a Dios por el honor de la misión tan difícil...

Principal Característica: La Sensibilidad.
Cualidad: La de Otorgar Amistad en presencia de la vida.
Defecto: Tendencia a huir cuando sufre.


Entonces Dios concluyó:
A cada uno de ustedes le ha correspondido una parte de Mi Idea. No se confundan creyendo que esta parte es la Idea Total, ni quieran cambiar su parte con otro. Cada uno de Ustedes es perfecto, pero no serán conscientes de esto hasta que los Doce sean Uno. En este momento, mi Idea con toda su integridad se revelará a cada uno de ustedes".

Y las doce criaturas se fueron a ejecutar su tarea de la mejor manera para poder recibir su Don.

Pero ninguno entendió plenamente su tarea ni su Don, y cuando regresaron confundidos, Dios les dijo: "Cada uno de Ustedes cree que el Don del otro es mejor que el suyo; les dejo que se cambien sus tareas y sus Dones".

En este momento todos se alegraron pensando en la posibilidad de su nueva misión, pero Dios sonriendo les dijo: "Regresarán a Mi muchas veces y me pedirán que les libre de su misión, y cada vez les permitiré sus deseos. Pasarán por innumerables encarnaciones antes de cumplir la misión original que les he dado. Les doy tiempo innumerable para cumplirla, pero sólo cuando la hayan cumplido podrán estar conmigo."

XOXO
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Sobre el amor en la mitología

"En la mitología griega, eran tres los sexos: lo masculino era en un principio descendiente del sol; lo femenino, de la tierra; y lo que participaba de ambos, de la luna. Y precisamente, como la luna, eran circulares ellos mismos y su manera de avanzar. Eran, pues, terribles por su fuerza y su vigor y tenían gran arrogancia, hasta el punto de que atentaron contra los dioses. Entonces Zeus y los demás dioses deliberaron y se encontraban ante un dilema, ya que ni podían matarlos ni hacer desaparecer su raza, fulminándolos con el rayo como a los gigantes - porque entonces desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres les tributaban -, ni permitir que siguieran siendo altaneros.

Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: 'Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto -continuó- voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número'. Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola por naturaleza. Desde hace tanto tiempo, pues, el amor de unos a otros es innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos. Así pues, cuando se tropiezan con aquella verdadera mitad de sí mismos, sienten un maravilloso impacto de amistad, de afinidad y de amor, de manera que no están dispuestos a separarse.

XOXO
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